Cualquier circunstancia, positiva o negativa, es apropiada para la organización de una fiesta, que se define como una reunión de personas para celebrar un acontecimiento o divertirse y que, por lo general, suele acompañarse de comida, bebida, exhibición, música, sexo, drogas y rocanrol.La fiesta es un espacio para la transgresión de las normas, ya que rompe la rutina del trabajo y las dinámicas y exigencias sociales de producción. Allí se promueve la desinhibición y la búsqueda de nuevas sensaciones, lo que supone también mezclarnos y meternos con otros, e incluye en ocasiones ciertas formas de desdoblamiento de la personalidad.
El éxito de toda celebración reside en que los invitados se sientan miembros de un grupo y tengan la posibilidad de comunicarse e interactuar. “Hoy el noble y el villano, el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano sin importarles la facha”, como decía el cantante Serrat. Varios factores confluyen para que la fiesta sea buena: gente adecuadamente combinada y que esté de buen ánimo, buena música en el orden correcto, bastante trago, buen espacio (ni muy grandote, ni muy chiquitico en relación al número de participantes), buena disposición y pocos compromisos al otro día temprano. La luz baja es buena ya que la oscuridad desinhibe y aproxima a las personas. Y con todo, hay veces que la fiesta sale muy mala, que por alguna razón no cuaja. Es como cuando en una exposición de arte todo está correcto, tema, contenido, forma, montaje, espacio, pero no se mueve la aguja porque falta una chispa que la prenda.Pero siempre hay alguien que se queda y raspa, y la ilusión persiste.
Tener que hablar más duro y verse forzado a desmesurarse y a divertirse puede ser apabullante para algunos, que terminan por no gustar de la rumba. En la fiesta nos descivilizamos un poco, perdemos un poco la compostura rutinaria y nos acercamos a la animalidad. Es como si nos desnudáramos frente a los otros, lo que puede no resultar cómodo para todo el mundo. De ahí tal vez que la fiesta constituye una metáfora de vida favorita de muchas canciones: la vida es un carnaval (que hospeda a todo tipo de gente).
Sin embargo, se podría pensar que la fiesta se parece más al arte, ya que si bien ambos son partes de la vida, y en ocasiones despliegan sus mayores recursos y propósitos para sustituirla, también tienen su esencia y razón de ser en esa pequeña brecha que los separa de ella. Si el arte fuera la vida o si la fiesta fuera la vida, no existirían nombres para designar a estas dos instituciones. Dos instituciones que se encuentran quizás antecedidas e imbuidas por el juego. El arte se parece a la fiesta en que es también un espacio de transgresión de la norma, la opresión y alienación a que nos somete el trabajo.Son ambos espacios para la trascendencia, la liberación y el éxtasis, para acercarse a dimensiones desconocidas. No es casual que la fiesta naciera bajo formas de ritual, con ofrendas, música, trance, mística y sacrificio incluidos. En el espacio de la fiesta se permiten comportamientos que no son propios del espacio de trabajo, pero que comprometen aspectos estéticos y exhibitivos bien propios del arte.
“Hay que pelear por el derecho a la fiesta.”Tomamos, compartimos, comemos y metemos.Jugamos, actuamos, charlamos, interpretamos y reímos. Departimos. Francachela y comilona. Control y bailamos.Brincamos. Levantamos. Nos levantamos. Entre vómito y pesadilla; entre semen, vagina y culo. Se pierde el control, de quién es la culpa. No hay vuelta atrás, no hay quién la salve. Tarde o temprano, la fiesta siempre se acaba. Al final, guayabo negro.Y después, sólo recuerdos y lagunas.
Tristezas y desventuras. No vuelvo a tomar nunca más (hasta por la noche). Todo bien, a lo bien.“Nadie se escapa de la rumba, cualquiera lo lleva hasta la tumba”. zvvTrip, trip, trip, que viva la música. Y que al final final se muera todo el mundo.
Juan Mejía